domingo, 3 de enero de 2010
Alas Negras
Aquella tarde, Ahriel y Zor abandonaron Aleian, sobrevolando juntos el eterno mando de nubes que se extendía a los pies de la ciudad de los ángeles. Los demonios habían causado muchos destrozos, y la perla de las montañas tardaría mucho tiempo en recuperar el esplendor de antaño, pero lo haría, a Ahriel no le cabía duda. Pensó que ella no estaría allí para verlo, y lo lamentó. Se volvió, sólo un momento, para contemplar por última vez los blancos tejados de Aleian, y recordó todo lo que había perdido: su vida, su gente... Bran... Marla... Ubanaziel... Pero se esforzó por no mirar atrás y pensar, por el bien de su hijo, en la vida que los aguardaba.
Llegaron a la capital de Saria al anochecer. En el palacio real los esperaban Kiara, Kendal, Cosa y Mac, y cenaron todos juntos para celebrar que Ahriel se había salvado y que la pesadilla había finalizado para todos. Kiara ofreció un hogar en su reino a los prófugos de Gorlain, pero Ahriel declinó la invitación y les comunicó cuáles eran sus planes de futuro. Tal y como había imaginado, Karmac sí decidió quedarse en Saria, al menos por un tiempo. Había descubierto una gran biblioteca en el palicio de Kiara y, aunque ella le aseguró que no había en ella libros de magia negra, el anciano respondió que no los iba a necesitar.
Finalizaron la velada recordando, con honda emoción, los momentos que habían pasado con Ubanaziel. Ahriel no pudo evitar acordarse, a su vez, de otras personas a las que había perdido en aquellos años. Entre ellas Marla, pero especialmente Bran. Miró a Zor largamente y se dijo que tenía que hablarle de su padre. Y también lamentó que Bran no hubiese tenido la oportunidad de conocer a aquel muchacho que se le parecía tanto.
Al día siguiente, todos se levantaron temprano y subieron a la terraza del piso más alto del palacio para despedir a Ahriel, Zor y Cosa. Mientras el muchacho trabata de convencer al engendro de que sería capaz de cargar con ella todo el vuelo sin dejarla caer, Kiara y Kendal se acercaron a ellos, sonrientes.
- ¿Volveremos a vernos, Ahriel? -preguntó la reina.
Ella sonrió.
- Claro que sí; que me hayan desterrado de Aleian no implica que no podamos visitar otros lugares del mundo humano, y todo está más cerca cuando se cuenta con un par de alas a la espalda.
- ¡Es verdad! -confirmó Zor.
- Y en cuanto a ti, Karmac -añadió el ángel, volviéndose hacia el anciano-, te agradezco profundamente que hayas cuidado de mi hijo y lo hayas rescatado de Gorlian a tiempo. Estoy en deuda contigo. Si h ay algo que pueda hacer...
Karmac agitó en el aire una mano huesuda.
- ¡Bah, bah, tonterías! -dijo-. De no ser por él, Cosa y yo habríamos acabado hechos pedazos con esa condenada esfera. Aunque soy viejo y no espero vivir muchos más años me alegra poder pasar los que me quedan en un lugar civilizado. Estamos en paz, Ahriel.
El ángel sonrió de nuevo. Zor abrazó a Karmac, y éste se inclinó para despedirse de Cosa.
Kiara le había dado ropa limpia, y ella se sentía muy orgullosa de vestir por primera vez en su vida, como una persona, aunque parecía claro que se sentía incómoda por que no estaba acostumbrada a llevarla. Karmac la contempló con cariño antes de darle un abrazo.
- Cuídate, Cosa -le dijo.
- Ammmmu Kkkkarmmmacc... -lloriqueó ella, pero el viejo la interrumpió:
- No, no, no, chica. ¿Qué es lo que te he enseñado?
- Amm... mmigggu Kkkarmmmmmac -rectificó ella.
- Tengo algo para ti, Cosa -dijo entonces Kiara.
El engendro se ruborizó, como cada vez que la reinale dirigía la palabra. Para Cosa, Kiara era la perfección personificada: una joven humana, guapa, limpia, que vestía ropas bonitas y olía bien. Cosa sabía que jamás sería como ella, pero eso sólo servía para que la admirase y la idolatrase aún más, como un modelo a seguir. Por eso, cuando Kiara le colgó un amuleto del cuello, Cosa dio un respingo y trató de sacárselo, tamblando de miedo, como si creyese que no era digna de tal honor.
- No, no, Cosa, es para ti -insistió la joven, cerrando los dedos del engendro en torno al amuleto-. Es un medallón con el blasón de mi familia. Significa que te aprecio y, mientras lo lleves puesto, todo el mundo sabrá que Kiara, reina de Saria, es amiga tura, y nadie osará hacerte ningún daño, no importa el aspecto que tengas.
Cosa contempló boquiabierta, sin poder creer lo que estaba oyendo.
- ¿Kkkira... ammmiggga?
- Claro que sí, Cosa -sonrió ella; y él engendro besó el amuleto con devoción. Trató de coger la mano de Kiara para cubrirla también de besos babeantes, pero Zor no se lo permitió. Kiara, sin embargo, abrazó a Cosa como a una vieja amiga, y el engendro lloró de pura felicidad.
Luego, la reina se volvió hacia Ahriel para despedirse de ella. El ángel la abrazó, y después a Kendal.
- Que la Luz y el Equilibrio brillen por siempre sobre vosotros -murmuró-. Y recprdad que... a veces... vale la pena romper las normas -añadió, dirigiendo una larga y significativa mirada al joven.
Kiara se mostró desconcertada, pero Kendal enrojeció. Momentos más tarde, Ahriel y su hijo ya volaban hacia el horizonte, y los gemidos aterrorizados de Cosa, aferrada al cuello de Zor para no caerse, eran sólo un murmullo lejano.
- Bien, bien, pues allá van -refunfuñó Karmac-. En busca de su destino. Y este viejo chiflado, si me lo permitís, irá a encontrarse con el suyo en la biblioteca.
Y, con una tos que parecía un eco de aquella risa demente que lo había caracterizado cuando era el Loco Mac, el anciano les dio la espalda para volver a internarse en el palacio.
Kendal y Kiara se quedaron solos, pero ninguno de los dos habló hasta que las figuras de sus amigos fueron sólo dos puntos en la lejanía. Entonces la reina despegó los labios para comentar:
- Que raro... Yarael siempre hablaba de lo importante que es cumplir las normas. ¿Qué habrá querido decir Ahriel con...?
Pero no pudo terminar la frase, porque Kendal, tomando una súbita decisión, se volvió hacia ella y la besó con pasión. Kiara tardó un instante en reaccionar, pero cuando lo hizo, y para sorpresa del joven, no le cruzó la cara de una bofetada, sino que le devolvió un tierno beso, abrazándolo con todas sus fuerzas.
* * *
Mientras sobrevolaban las praderas del reino de Saria, Zor batió las alas con energía para acercarse a Ahriel y le preguntó:
- Madre, ¿qué es un azor?
- ¿Un azor? -repitió ella, desconcertada-. Es una ave, hijo. ¿Por qué lo preguntas?
- Porque es así como yo me llamo. Zor, Azor. El abuelo me puso ese nombre, pero aún no sé que significa. ¿Veremos azores en el norte?
Ahriel sonrió ampliamente. Era un pequeño milagro que pudiera ver a Bran en el rostro de Zor cada vez que lo miraba, sin dejar por ello de descubrir en él a su hijo. Eso le recordó las cosas bellas que la vida le había regalado. No eran muchas, ciertamente... pero no tenían precio.
- Claro que sí -respondió-. Y volaremos con ellos, libres, por fin.
Zor le devolvió la sonrisa. Por primera vez desde su huida de Gorlian intuía que se abría ante él un nuevo mundo repleto de posibilidades y de maravillas, un mundo cuyas bellezas y misterios los demonios no habían logrado destruir del todo. Como había dicho el Loco Mac, el exterior era inmenson, y valía la pena explorarlo.
Feliz por primera vez en mucho tiempo, Zor hizo un rizo en el aire, bajo la risueña mirada de Ahriel, y Cosa gritó de terror y se aferró todavía más a él para no caerse. Y los tres volaron juntos hacia el horizonte, por donde rayaba la aurora, anunciando la llegada de un nuevo y glorioso día.
Fin.
Laura Gallego García
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario