martes, 3 de diciembre de 2013

Historia de Hallow's End: El Jinete Decapitado

"Preparaos, ¡ya tocan las campanas! ¡Refugiad a los débiles, a las jóvenes y a las ancianas! Pagad vuestra cuenta y gritad por piedad. Llegó la hora de la verdad".

Aunque cabalga durante el Hallow's End, nadie sabe qué horrores dieron lugar al Jinete sin Cabeza. Habla de justicia y, sin embargo, le mueve la furia. Investido de poder por magia demoníaca, quema tanto inocentes como a culpables. Ninguna medida ha servido para detenerle, los vivos sólo pueden intentar huir del fuego de su ira... y rezar para que la luz les libere.

En Lordaeron, año 20, el Príncipe Arthas llevó la flota a Rasganorte, mientras en su tierra, La Mano de Plata se ha visto mermada en su lucha contra la propagación de La Peste. El Azote siempre superaba en número, pero cada pueblo que conseguían liberar era una gran victoria. 
Aunque el noble paladín, Sir Thomas Thomson veía que no conseguían progresos en el campo de batalla. Cuando el príncipe ordenó purgar Stratholme, el paladín nunca pensó que había sido un error, aunque también pensaba que Lord Uther tenía razón: Debía de haber otro modo. 
Mientras Sir Thomas pedía a la luz que le ayudase, a él en su labor, y al pueblo a vivir, le anunciaron que había llegado comida y provisiones por parte del Barón Osahendido. Pero las esperanzas de Tomas fueron destruidas aquellas noche cuando todo el pueblo se convirtió en esclavo regio de la voluntad de hierro del Rey Exánime. El Barón Osahendido los había traicionado, y ese pueblo no sería el único afectado. 
A pesar de ello, los cruzados sólo podían esperar a que el Alto Señor Morgraine regresará de Forjaz con la nueva arma capaz de combatir El Azote. Con lo que Lord Dathrohan, superior, pero hermano de armas de Thomas, le mandó volver con su familia y descansar. 
Thomas Thomson tenía una bella mujer, Suzannah, un hijo y una hija, quienes vivían en una granja a las afueras de Los Molinos de Agamand. 
Suzannah vivía la ausencia de su esposo mintiendo a sus hijos diciéndoles que su padre volvería pronto. Hasta que una noche fue cierto que Thomas, lleno de sangre de El Azote, volvió a casa. Con la noticia de la muerte de el Rey Terenas, a manos de su propio hijo, Arthas.
Thomas, confuso y arrepentido por seguir las órdenes de un príncipe demente, y por no haberse dado cuenta antes tras la masacre de Stratholme, se quedó con su familia unos días hasta que... 

"Furiosa por la despreocupación del príncipe mimado, la anciana misteriosa los maldijo a él y a su familia. 

"El Rey se ha sumido en un sueño encantado", le dijo al príncipe. "Recupera la espada del lago o morirá dentro de tres días. Tienes hasta que anochezca el tercer día". 

El príncipe mimado se metió en el lago, pero algo le mordisqueó los dedos de los pies y salió de un salto. Pronto descubrió que ahora el lago estaba lleno de peces asesinos. 
La anciana misteriosa había dejado claro que el príncipe debía recuperar la espada solo y sin ayuda. Durante los dos días siguientes, intentó todo lo que se le ocurrió para la sacar la espada del lago. 
Intentó pescarla, pero el anzuelo era demasiado pequeño y la espada pesaba demasiado. 
Envolvió trozos de carne con tela y cuero y los lanzó al lago, pero los peces hambrientos tardaron segundos en roer la tela. Había tantos peces que, por mucho que los alimentara, siempre querían más. 
El lago era profundo y bajar con una armadura pesada era imposible, pues se hundiría y se ahogaría. Al final, el desesperado príncipe debía actuar o su padre moriría. Así que se envolvió en cuero lo mejor que pudo y se zambulló al lago, los peces le atacaron de inmediato, pero siguió nadando lo más deprisa posible. 
Herido y cada vez más débil, agarró la espada. Nadó hacia arriba con la espada en la mano, luchando por cada centímetro, mientras los peces le mordían y tiraban de él. Por fin, sintiendo un dolor atroz, llegó a la superficie y lanzó la espada a la seguridad de la orilla. Justó antes de que un pez tirara de él hacia abajo por última vez. 
El Rey se salvó, la maldición se deshizo. La sangre del príncipe pagó por su crimen."

El día que Thomas intentaba explicar a sus hijos las acciones de Arthas, llegó una carta informando de la situación. El Alto Señor Morgraine había conseguido el arma, Crematoria, y el pueblo debería viajar a Kalimdor por su seguridad y los cruzados como Thomas, luchar. 
Tras una acalorada discusión en la que su esposa se  negaba a abandonarle, llegó un mensajero, requiriéndole a él y a su espada al combate e informando que El Iluminado, Lord Uther, había muerto. 
Al darse cuenta cuan afectado estaba su marido, Suzannah decidió complacerle y ponerse a salvo en Kalimdor con sus hijos. 

Muchos de los paladines más poderoso de la orden habían caído en combate y, aun así, los desarrapados Caballeros de la Mano de Plata continuaron luchando. Las fuerzas del Rey Exánime no mostraban señales de cesar en su campaña para asolar Lordaeron. 
Durante cuatro duros años, los paladines siguieron luchando unidos principalmente por los esfuerzos de un hombre. un gran hombre: El Alto Señor Alexandros Morgraine. Y entonces, al final, aquel hombre murió. 
La Mano de Plata se hizo añicos. Tras ella nació una nueva orden: La Cruzada Escarlata. Una orden cuyos miembros juraron limpiar el mundo de los no-muertos, costara lo que costase. Y el precio parecía aumentar con cada batalla. 
Tanto aumentó que, con el tiempo, la Cruzada Escarlata dejó de contar. 

Thomas y sus caballeros llegaron y fueron recibidos en un pequeño pueblo que parecía intacto de La Plaga, lo que hizo sospechar a Dathrohan, ya que... ¿Cómo podrían haber sobrevivido? Un pueblo tan pequeño, sin defensas y con guardias jóvenes e inexpertos, sí, por irónico que pareciera, los cruzados decidieron que esa gente estaba infectada, y que lo más piadoso era matarlos antes de que se convirtieran en miembros de El Azote. 
Esta practica se convirtió en costumbre para la Cruzada Escarlata, hasta que dos meses después en un pueblo al norte del Llanto de Dalson, mientras masacraban más gente, supuestamente infectada. Thomas atravesó con su espada a una mujer, luego a su hijo, y cuando iba a bajar la espada contra la hija... ¿Gina?
¿Era su hija? No podía ser así, su familia estaba a salvo, en Kalimdor, lejos de La Plaga, de su ataque... Aunque, tal vez el Azote llegó antes de tiempo y no pudieron embarcar, teniendo que quedarse allí, en Lordaeron, sin poder avisar de lo sucedido... Thomas giró el cadáver de la mujer para comprobar con horror que era su mujer, su Suzannah. Había asesinado a su familia. 
Mientras forcejeaba con sus compañeros para poder llegar a los cuerpos sin vida de sus seres queridos, Thomas pensaba en las palabras que siempre rezaba: "Oh, luz, guíame. Ayúdame a comprender" Pero no halló consuelo en esas palabras, ¿Cómo iba a hacerlo? ya hacía tiempo que creía que la luz no tenía piedad. 
Los guardias informaron a Dathrohan que Thomas se estaba volviendo loco, desde el otro lado de la puerta de su habitación se escuchaban risas espeluznantes, aullidos, sollozos. El Gran Cruzado no le dio importancia y lo achacó a la gran pena que debía sufrir su hermano al perder a su familia. 
Al Gran Cruzado Dathrohan se le ocurrió que, para animar a su hermano, podrían celebrar la noche de Hallow's End, que se celebraba todos los años prendiendo fuego a un gran hombre de mimbre, y con él, olvidar los miedos, las penas, los viejos amores, los nuevos odios... Dejarlo todo atrás. 
Así, el Gran Cruzado persuadió a Thomas para que se uniera a la lucha. Al fin y al cabo, Lordaeron necesitaba héroes. 
Como Dathrohan esperaba, Thomas se entregó al combate con pasión. 
Cuando sus ataques desenfrenados llamaron la atención de El Azote, Los Cruzados Escarlatas se uniceron en defensa de su camarada, y descubrieron que ya no era su camarada. 
"Las mentiras me han tenido demasiado tiempo engañado, pero ahora con la mirada más clara os he calado. ¡Infectados de cien en cien, vosotros caeréis también! ¡La luz vencerá cuando os haya erradicado!"
Gritaba Thomás mientas asesinaba tanto a soldados de El Azote, como a sus compañeros. 
"¡Haré una pira funeraria de este lugar devastador y acabaré con vuestra maldición con un fuego purificador"
Y así fue como La Cruzada Escarlata se vio obligada a decapitar a uno de los suyos. 
Aquella noche, más tarde, junto a la alcoba de Thomas, en el Monasterio Escarlata, Dathrohan ultimaba detalles para la cremación de su hermano, y recordaba a sus camaradas, tenerle en sus oraciones. 
Pero las oraciones de la Cruzada Escarlata eran una broma soez, y los actos criminales de la orden, una violación de la luz. 
Una parodia que nunca había dejado de divertir al ser malévolo que había dirigido la orden desde su inicio, El Señor del Terror Balnazzar, quién usó a Dathrohan para controlar la Cruzada Escarlata y transmitir las metas de La Legión Ardiente. 
Totalmente corrompida, La Cruzada Escarlata sólo podía causar el mal. Así que no era de extrañar que la única cremación que tendría Thomas aquella noche sería la quema de pura energía, transformándolo para Balnazzar y usarlo así para sus propósitos retorcidos. 
"Tal como esperaba, los humanos son tan débiles y dóciles. No logro entender cómo conseguiste oponerte a La Legión. Te has limitado a retrasar lo inevitable. Levántate mi querido "hermano", siente como la fuerza regresa a tus miembros, una fuerza que te doy  libremente para que la uses como quieras. Sea cual sea tu elección, sé que servirá a mis fines. 
Serás una de mis mejores creaciones, un tributo al maestro, hasta el día que regrese para aplastar Azeroth". 
Recitó Balnazzar antes de que Thomas volviera a la vida... como el Jinete sin Cabeza. 

"¡Gritad, perros! ¡Maldecid mi nombre! ¡Haré que arda hasta el último hombre! ¡Quizá les parezcáis dulces a algún gusano, para mí no sois más que carne podrida de humano! 
Luché por vosotros, luché en vano. ¡Ahora corred, huid, chillad cuando os haga daño! ¡Esta noche no hay clemencia que valga, en Hallow's End, cuando el Jinete cabalga!



Fin.

viernes, 14 de diciembre de 2012

El Monte de las Ánimas

--Segunda parte de En El Monte de las Ánimas--






Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:

-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!

Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:

-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.

-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.

A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.

Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
Había pasado una hora, dos, tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.

-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.

Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.

Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas; tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.

-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.

Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.

Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.

-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?

Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.

El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.

Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogánito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!

IV

Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.


Gustavo Adolfo Bécquer

lunes, 15 de octubre de 2012

Romance a la luna, luna...

Veo en ti
embrujado,
perspicaz y sutil,
un tapiz de deseos,
una flor que adorar.
Llévame,
madre albina,
en tu pecho de hiel.
Forja allá,
en el cielo
una senda fugaz.

Luna, luna
te estoy mirando,
dame tu mano,
ojitos blancos.


Luna, luna
te estoy hablando
huyamos lejos por el llano.
Mece mi alma entre tus brazos.


Vienen ya
los gitanos,
el tambor se durmió,
llorarán
en la fragua,
la herejía lunar.
En el corazón de tus pupilas veo
lo que cualquier mortal soñó tener,
quiero que el instante se torne eterno.

Discúlpame,
yo soy así.


Busco en el mundo un lugar
donde poderte hablar,
donde poder sentir...
Sueño esta noche reinar,
de tu mano crecer,
de tu sombra vivir...

Mieles que recorren tus cabellos de hada
me muero por poderlos contonear.
Rezo para que nunca nos vea la aurora.

Abrázame,
cuna de amor,
busco en el mundo un lugar
donde poderte hablar,
donde poder sentir...
sueño esta noche reinar,
de tu mano crecer,
de tu sombra vivir...


Saurom Lamberth

domingo, 7 de octubre de 2012

1 año y 7 meses con la mejor cosita del mundo :3

Bueno, sé que aun no es 8 para ti, pero aquí ya es ^^ Otro mes más junto al mejor hombre del mundo, supongo que estarás harto de leer y de oír que te amo y que eres lo mejor que me ha pasado, pero es así, y eres sólo mío :) Me encanta estar contigo, aunque nos enojemos y todo >< pero eres el único en quien pienso todo el día. Echo de menos no estar contigo y abrazarte u.u y aún hace dos meses que estuvimos juntos, se pasa tan lento el tiempo u.u y te extraño tanto... Sólo quiero estar junto a ti y espero que sea pronto, pequeña bitch >_<

Eres con quien me siento más cómoda y con quien puedo hacer el tonto :3
El que consigue que sonría y quede bien en la foto ajaja
Eres la cosa más linda del mundo ^^
... y la más tonta!!! :P
Me encantas mi amor!! y aunque sea una caca de la vaca xD este es mi regalo para nuestro... meesario (?) hecho con mucho love :3 te amo Iván :) acuérdate que eres lo mejor del mundo >< que eres mío! y que te amo :D! sólo a ti, tontito.
Dos contra el mundo <3 ~~ 08/03/11

domingo, 31 de julio de 2011

Esculturas de Arena









http://www.metacafe.com/watch/2326556/david_el_escultor_de_arena/ :)

domingo, 6 de marzo de 2011

Beso


- "Beso es eso que se da con amor, y aunque sea pequeño siempre entra en el corazón."

- "El cristal de mi ventana con aliento lo empañé, en él puse tu nombre y con besos lo borré."

- "Yo tengo un amor, que con un beso en la mejilla lo cambia todo, y por un beso de su boca me vuelvo loco."

- "Los pájaros cuando nacen, nacen dándose besitos, ¿por qué no hacemos tú y yo lo que hacen los pajaritos?"

- "En un beso sabrás todo lo que he callado." Pablo Neruda.

- "Un mundo nace cuando dos se besan." Octavio Paz.

- "La mujer es embellecida por el beso que ponéis en su boca." Anatole France.

- "la vida comienza con una sonrisa, crece con un beso y termina con una lágrima."

- "Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
que te diera por un beso. Gustavo Adolfo Bécquer.

- "Si te sofocan, ¡no importa!, ¡grita!
Si en cada beso tu boca vibra,
hazla agonía y, ¡grita!, ¡grita!
Hasta que diga: ¡basta!
Y ya prendida de un labio y viva
dirán que un beso fue su perfidia,
y de tu boca: ...¡ah!, un mar de albricias...
¡0Sólo delicias!" Salvador Pliego.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El Monte de las Ánimas


--Primera parte de En El Monte de las Ánimas--






La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.

Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.

Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.

I

-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.

-¡Tan pronto!

-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?

-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.

Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.

Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

-Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.

Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.

Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.

Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.

La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

II

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.

Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.

Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.

Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.

-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.

Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.

-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?

-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.

El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:

-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?

Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.

Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.

Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:

-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.

-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:

-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?

-Sí.

-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.

-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.

-No sé.... en el monte acaso.

-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!

Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:

-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.


Gustavo Adolfo Bécquer